Hoy tenemos una entrevista a un joven autor argentino afincado desde hace años en Canarias, este autor es Leandro Pinto, escritor que ya cuenta en su haber cinco novelas, Orlando Brown (2010), Remanso de Paz (2011), Veneno de Escorpión (2012), Consejera Nocturna (2013) y Pandemonio (2014) con la que está cosechando bastante éxito entre el público y la crítica. Coincidiendo con esta entrevista, comentar que acaba de salir al mercado la segunda edición de Pandemonio, siendo su novela de más éxito.
Esperamos que a los seguidores de La Ventana Secreta 6, le guste esta entrevista y sientan curiosidad por conocer la obra de Leandro Pinto.
Antes que nada, agradecerte tu tiempo y atención al concedernos esta entrevista, Leandro, y darte la bienvenida a nuestro blog, La Ventana Secreta 6, para poder conocerte algo más y saber de tus novelas y próximos proyectos.
-Encantado de saludaros y de pasarme por aquí. Sigo vuestro blog desde hace tiempo.
¿Por qué eres escritor?
-Porque lo necesito para vivir. Así se simple. No concibo la existencia sin la escritura y en mi caso es un impulso tan animal, tan primario, que casi nunca me cuestiono por qué lo hago. Alguna que otra vez me ha rondado la pregunta por la cabeza. «¿Qué haces aquí, escribiendo tonterías? ¿Por qué estás aquí haciendo esto, y no en otra parte haciendo otra cosa?». La respuesta, entonces, surge a modo de pregunta casi violenta: «¿Pues por qué ha de ser, pedazo de animal?¡Déjate de preguntas sin sentido y sigue trabajando!». Suele ser bastante automático. Si se trata de buscar una respuesta algo más racional, algo más elaborada, diría que porque hay innumerables historias que no se han contado, y alguien tiene que contarlas; como he descubierto que pocas cosas hay tan divertidas como esta, me he puesto a hacerlo y pienso hacerlo mientras viva.
¿De dónde salió la idea para Pandemonio, tu última novela?
-Tengo un amigo, Nicolás, que es argentino como yo. Siempre que nos vemos comenzamos a recordar series de televisión que emitían en nuestro país, como si fuéramos dos ancianos exiliados de su patria desde hace decenios. Un día apareció con un planteamiento interesante: ¿y si un hombre que adopta un corazón ajeno mediante un transplante coronario recibiera un día la visita del diablo reclamando ese órgano, ya que le fue legalmente vendido por su propietario original?
El concepto estaba emparentado con el de una vieja serie argentina de los noventa, llamada El garante, de similar argumento. Me pareció una idea de partida alucinante. Le advertí que me la apropiaría sin remedio. No solo no le importó, sino que me animó a que le diera vida, a que me explayara sobre ella. Y a fe que lo hice. El planteamiento de partida sufrió muchísimas modificaciones y ramificaciones, se incorporaron multitud de personajes y situaciones que no constaban en el escueto argumento que mi amigo me ofreció, pero podríamos decir que fue él quien plantó la semilla inicial.
A partir de ahí, toda la historia encerrada en las páginas del libro. Como reconocimiento, le dediqué la novela; era lo menos que podía hacer por él. ¡Ah!, y está muy orgulloso del éxito que ha tenido «su» idea…
¿Podrías contar a los lectores cuál es tu manera de trabajar a la hora de hacer una novela?
-Lo cierto es que varía un poco de acuerdo a lo que esté escribiendo; no existe, por lo menos en mi forma de trabajar, una fórmula fija. Sí es cierto, no obstante, que en líneas generales he logrado establecer un patrón. Una idea surge; si es medianamente interesante va a parar a una libreta monumental en la que apunto todas las ideas en fase embrionaria, apenas unas palabras que me indiquen de qué va la cosa.
Suelen ser ideas que hibernan entre esas páginas durante mucho tiempo, hasta que un día las desarrollo y las convierto en novelas o relatos. Eso cuando las ideas poseen un interés inicial medio. En cambio, cuando son demasiado tentadoras, no suelo apuntarlas en absoluto; no existe el miedo a que se me borren de la mente porque tienen tanto peso que, desde que incuban en mi cerebro, no me dejan dormir y casi no me dejan respirar. Es entonces cuando me vuelco a escribirlas como un lunático. Este proceso roza muchas veces la enajenación, y me entrego a sesiones de escritura maratónicas y casi inhumanas, de tres mil o cuatro mil palabras al día. Suelen ser un puñado de semanas bastante frenéticas, en las que me invade una inquietud extraña.
La historia lanza alaridos y gritos chirriantes en mi mente porque clama por salir a la superficie y me entrego a la ceguera que me provoca esa necesidad de «extirparla», de «expulsarla» al mundo exterior. No me detengo demasiado a investigar; y vuelvo atrás tan solo para corroborar algunos nombres, lugares y fechas; se trata simplemente de vomitar la historia sobre el papel. Una vez que la primera redacción está terminada, respiro y me relajo un poco. Las voces en mi cabeza han dejado de berrear y me siento en paz conmigo mismo. El manuscrito —que suele estar plagado de incongruencias— va a parar a un cajón, de donde lo extraigo algún tiempo más tarde.
Por lo general dejo pasar un par de meses, tiempo que empleo en trabajar en algo más corto, una corrección o algunos relatos. Entonces lo saco del cajón, lo leo de cabo a rabo y tomo nota de muchas cosas: del argumento, del carácter de los personajes; trazo una línea narrativa más clara; elaboro una sinopsis detallada; redacto una cronología precisa; investigo lo que haga falta; recabo el material necesario. Sobre todo, me pregunto de qué va el libro, qué historia intento contar y cómo quiero contarla, qué estilo utilizaré, qué clase de vocabulario he de emplear, etcétera. Una vez hechas todas estas tareas, escribo el título en una página en blanco y redacto la novela desde cero, desde el principio.
Esta vez con mucha más sangre fría que durante la primera redacción, claro. Es mucho más fácil hacerlo sin todas esas voces taladrándome el cerebro. Entonces sí que me esfuerzo porque no haya incongruencias ni fallos técnicos y porque cada cosa esté en su lugar. Teniendo como base el primer manuscrito, y combinando la historia ya escrita con toda la información que he conseguido y los apuntes que he tomado, nace así la segunda redacción, que en la mayoría de los casos suele ser definitiva. Ahora solo queda corregir y revisar el segundo manuscrito hasta la saciedad, entre doce y quince veces, antes de entregarlo al editor.
¿Cuál de tus novelas te ha planteado más dificultades a la hora de escribirla?
-Veneno de escorpión, sin duda. Fue la más complicada, la más compleja y la que más trabajo me reportó. Fue por muchos motivos: por un lado, la antipatía que me despertaba la historia en un principio. Por otro, la resolución, que no acababa de vislumbrarla entre el laberinto de telarañas y misterios que yo mismo había tejido. Y, finalmente, porque la confección de la estructura me dio más problemas de los que había esperado, y el proceso que describí en la respuesta anterior tuve que llevarlo a cabo hasta cuatro veces, redactar la novela en cuatro ocasiones distintas.
La implicación con el personaje principal fue absoluta y durante muchos pasajes llegué a sentir una especie de parentesco realmente temible, casi hasta el punto de espantarme con las mismas sombras que atemorizan al protagonista durante toda la novela. Pero estoy muy contento con el resultado. Es mi novela más especial, y la primera que realmente pegó en el público. Siempre quedará en mi recuerdo todo el proceso porque terminó siendo el paradigma de lo que para mí representa el oficio de escritor: ni más ni menos que el de una persona que se arroja en mares ignotos e incontrolables, donde casi nada termina saliendo según lo planeado y donde estás a merced de unas fuerzas intangibles que nunca estará en tus manos poder fiscalizar.
¿Cómo te suelen surgir las ideas para tus historias?
-Casi se puede extraer una historia de cualquier parte si uno tiende a ejercitar mucho la imaginación, como es mi caso. De una reunión familiar, de una anécdota laboral, de un encuentro con amigos, de una caminata fortuita por una carretera desolada, de las múltiples lecturas en las que uno se sumerge a diario. Pero sobre todo de los sueños. Yo he encontrado muchísimos embriones de historias en las aventuras de mi subconsciente. Suelo tener la típica libreta para apuntar esos retazos cuando me despierto a mitad de la noche, o por la mañana, si los recuerdo.
Lo que ocurre también es que cuando te dedicas al terror y a la fantasía, incorporas como una especie de filtro especial en alguna parte de tu cerebro, el cual metamorfosea cualquier incidente más o menos banal de la vida cotidiana en un misterio por resolver o en una situación de partida hacia un desenlace que pueda acercarse a lo espeluznante. Resulta muy divertido, y además se vuelve un proceso casi automático con el correr de los años.
¿Con qué género te sientes más cómodo a la hora de escribir, y por qué?
-El terror es lo mío, eso está claro. A menudo experimento con otros géneros, siempre dentro de los oscuro y lo siniestro, aunque sin ser esencialmente historias de terror. Me gusta practicar cualquier tipo de literatura, pero es evidente que cuando buceo en el horror —en cualquiera de sus ramas— me siento muy cómodo, como si pisara terreno conocido. Me encanta enfrentarme a lo inexplorado y a lo imposible, y poner a prueba la capacidad de imaginación de los lectores y su umbral de tolerancia ante el horror. El mío suele ser bastante alto, así que intento concentrarme en transmitir esos sentimientos a través de mis novelas.
Siento que quienes nos inclinamos hacia estas temáticas —tanto en nuestra faceta de autores como de lectores— contamos con el privilegio de lo impredecible, del descubrimiento de esa garra monstruosa y letal oculta tras cada recodo, tras cada vuelta de página. Cuando un libro de terror está bien escrito y la historia tiene peso, te sudan las manos, y esa es una de las mejores experiencias que se pueden tener ante un libro. El porqué de mi inclinación por este género resulta, creo, bastante obvio: es apasionante desde todo punto de vista, y amplísimo por las posibilidades que ofrece en cuando resoluciones, planteamientos, obsesiones de los personajes, comportamiento de los entes y muchas cosas más.
También entiendo que se debe a que es el género que más suelo leer, desde sus orígenes en el gótico hasta nuestros días. Me considero no solo un lector afanoso de terror, sino un estudioso del género; siempre me ha gustado desgranarlo y analizar su evolución, las innovaciones que han ido incorporando los distintos autores y, cómo no, también intentar aportar mi granito de arena a la inconmensurable pirámide de lo truculento.
¿Qué piensas del actual estado del panorama literario español?
-Me resulta curioso, un poco ambivalente. Combina gente muy talentosa con mucha producción surgida de ámbitos que no tienen nada que ver con la literatura —presentadores de televisión, actores, futbolistas, etcétera—. Tiene uno la sensación de que escribir se ha puesto de moda y que es una parcela que cualquier personaje público debe cubrir. Ojo: no estoy diciendo que estos libros sean malos —no puedo afirmarlo porque no los he leído, y nunca podré afirmarlo o desmentirlo porque nunca los leeré— pero es cierto que se percibe cierta «invasión», por llamarla de alguna manera.
También hay sorpresas muy agradables, autores de verdadera enjundia que poco a poco están labrando un terreno más que provechoso —preferiría no nombrar a ninguno, porque me dejaría fuera al resto—. Creo que hay un poco de todo; se trata simplemente de filtrar no lo bueno de lo malo, ya que no existen parámetros para determinar semejante filtro, sino lo que a uno puede gustarle de lo que no.
¿Qué clásico te habría gustado escribir? ¿Por qué?
-Drácula, sin ninguna duda. Es un libro que no me canso de leer. Y aclaro que no lo considero un libro perfecto, pero justamente me gustaría haberlo escrito para solventar esos pequeños fallos que le veo —tengo escritos un par de «finales alternativos» y algún que otro pasaje que incluiría en «mi» versión—. ¿Por qué elijo Drácula? Pues porque es la madre de todas las novelas de terror y, en mi opinión, la piedra angular de todo el género. No digo que sea la mejor, pero sí la más importante novela de terror jamás escrita.
Publicada en un momento clave —1897—, establece el equilibrio perfecto entre el gótico clásico y el terror moderno, mantiene una prodigiosa mesura entre estas dos escuelas, y es una novela profunda y escalofriante. Además, es pionera en el uso de diarios, cartas, recortes de periódicos y crónicas manuscritas como método único de narración, y tipifica de forma definitiva la figura del vampiro, ente esencial en la historia del terror literario. ¿Se le puede pedir más? Sí, me encantaría haberla escrito, aunque eso me supusiera llevar ciento tres años bajo tierra, como Bram Stoker.
Si hicieran una película de Pandemonio ¿Tienes a algún actor, actriz en mente?
-La verdad es que tengo el casting más o menos claro. Robert Duvall está un poco anciano ya, pero el Duvall de hace diez o quince años sería ideal para hacer de «Pichi» Castillo. Gregorio Salas lo interpretaría Steve Buscemi, es clavado a como lo imaginé mientras lo describía. Christian Slater de jovencito me vale para hacer de Diego Agustín Delgado, es decir, Merlín en su forma terrenal primigenia o mientras se pasea por los corredores de Pandemonio.
¿Quién más? Kathy Bates haría una estupenda Mamá, sin duda ¿Liberman? Ese lo haría Dan Aykroyd, por ejemplo. Y Demi Moore con gafas haría de Antígona, quedaría muy sexy. Con el Pirata me gustaría hacer un cameo, alguien que no es actor pero a quien le va el personaje como un guante: Rob Halford, el cantante de Judas Priest —el papel no tiene muchas complicaciones; solo tendría que repartir unos cuantos mamporros, y Halford estaría encantado de hacerlo—. El Rata se lo dejo a Nathaniel Brown, que tiene mucha mala leche y se parece bastante. Me olvido de alguien importante ¿no? Sí: Tempestad. Vamos a por todas: que lo haga Clint. ¿El director de la peli?: Quentin Tarantino, claro —la duda ofende—.
¿Tienes algún nuevo proyecto en mente?
-Muchos. Tal vez demasiados como para sobrevivir a todos ellos. Pergeño varias cosas. Lo primero: hacer llegar Pandemonio a todos los lectores posibles; ese es el desafío para estas Navidades. La segunda edición ya está en las calles y me consta que el entusiasmo por la novela sigue muy vivo. De aquí a unos meses espero por fin ver publicada mi colección de relatos, Un puñado de sombras, un sueño que tengo desde hace tiempo: una propia antología de relatos, un compendio de lo que he estado escribiendo todos estos años entre novela y novela.
El manuscrito está terminado y solo estamos… bueno, esperando el momento propicio para lanzarlo al mercado. También preparo un díptico sobre la demencia, dos noveletas de terror ambientadas en sendos centros psiquiátricos. Acabo de terminar una novela sobre unas criaturas caníbales que asolan un pueblo rural, y que puede que se convierta en la primera parte de una saga. Tengo un boceto bastante avanzado sobre una novela de vampiros de envergadura, un trabajo serio.
La segunda parte de Pandemonio me ronda por la cabeza y seguramente le daré forma en algún momento. Más relatos. Un ensayo sobre Lovecraft. Una historia acerca de un cementerio inmemorial que conecta mediante catacumbas con una casa ancestral —embrujada, desde luego—. Un par de cosas más. Demasiadas como para sobrevivir a todas ellas…
¿Sobre qué género no has escrito y te gustaría probar?
-Ciencia ficción. Siempre me atrajo, tanto a nivel literario como cinematográfico. Entiendo que todavía no puedo aventurarme en semejantes aventuras porque aún me falta mucho bagaje, tendría que leer muchos más libros de los que ya he leído, pero es cierto que el género me atrae, lo veo agazapado tras una especie de cortina misteriosa que me gustaría descorrer un día. Ya he hecho alguna cosa; un par de relatos, nada más; es un género en donde la imaginación puede volar hasta límites insospechados y que te permite, al igual que el terror y la fantasía, jugar con innumerables posibilidades.
Y después de esta extensa entrevista, solo queda despedirnos y darte las gracias de nuevo. ¿Quieres decir unas últimas palabras para los seguidores del blog?
-Fue un verdadero placer pasarme por aquí y formar parte del contenido de este blog de referencia. Siempre es un honor ser tenido en cuenta por personas que difunden la literatura de una forma tan constructiva y edificante. Gracias por invitarme; fue una gozada.
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