Yo creo que cada escritor tiene unas aptitudes y una
configuración cerebral distinta, así de base; como no las conozcas a tiempo, te
van a venir dadas. Y en ese sentido, imagino que lo que lo marca todo, hablando
en términos escépticos y científicos, es la relación que haya entre la parte
derecha e izquierda de tu cerebro.
Los caóticos, despistados, irascibles, desequilibrados,
impulsivos e impacientes, suelen tener grandes autopistas desprovistas de
aduanas entre uno y otro hemisferios cerebrales. Que digo yo que debe ser eso.
Los metódicos, pacientes, bonancibles y centrados, tienen eficientes aduanas
pero carreteras estrechas entre la lógica y la intuición, entre el consciente y
el inconsciente.
Da igual el tipo de escritor que hayas nacido; al final, tendrás
que ampliar tus carreteras o tendrás que poner aduanas, porque, de lo
contrario, no desarrollarás el oficio o no desarrollarás el talento.
En mi caso, creo que soy un típico ejemplo del primer tipo
de escritor, el intuitivo que es incapaz de centrarse en nada si tiene una idea
rondándole y que a veces se queda paralizado y temblando por una imagen que se
ha apoderado de su mente. Así pues, como tiendo a tirar palante sin chaleco y
luego me encuentro fallos e incoherencias por el camino, me siento a disgusto
con algunas improvisaciones que bajan el nivel y me quema la sangre tener que
pararme a pensar las cosas, he desarrollado algunos métodos.
En primer lugar, cuando tengo una idea cojonuda, no me pongo
a escribirla. La dejo macerando. Es posible que case con otras ideas anteriores
o posteriores y ese casamiento solo se puede producir en mi cabeza, en la zona
de barbecho. Si escribo el resumen, si me alivio de su presión, comienza de
inmediato a perder fuerza y capacidad de pegarse a otras ideas, recuerdos o
percepciones que vaya teniendo antes de ponerme a trabajarla en el ordenador.
Además, sé por experiencia que comenzar a plasmar de inmediato una idea
cojonuda puede producir un gatillazo tremendo cuando, metido en curro, te des
cuenta de que no sabes para dónde tirar ni por qué has hecho los personajes de
un cierto tipo o por qué has ubicado la historia en uno u otro contexto.
Mi mejor manera de sacar el mayor jugo a una buena idea es
torturarme con ella durante meses o años.
En segundo lugar, me tengo que imponer unas clausulas o
límites. No siempre lo he hecho y eso es un error. Con esto quiero decir que si
me enfrento a un trabajo largo, he de procurar mantener un cierto estado de
ánimo y tono general para toda la novela. Esos límites, esas líneas rojas, a
veces son frases que se repiten en la propia historia y a veces son frases que
solo se repiten en mi cabeza, pero que es muy interesante seguir recordando.
Por ejemplo, si te dices a ti mismo durante todo el rato «las puertas asustan
más que lo que hay al otro lado», no cabe duda de que eso va a marcar el matiz
que quieras mostrar de tus personajes enfrentándose al miedo, o a un secreto
del pasado, o a descubrimientos de su propia personalidad.
Yo los llamo mantras
y, sin mantras, creo que la mayoría de las novelas no tienen personalidad.
En Gente Muerta, el mantra era «Usa tu odio». En La montaña,
«Lo que da miedo es el descenso».
En tercer lugar, yo creo que el lector merece que estés
inspirado a lo largo de toda la novela y que, si hay partes que no son
demasiado disfrutables, las elimines o las mejores. Uno debe trabajar con
cierta constancia, pero no es dueño de su estado de ánimo. Sin embargo, creo
que hay ciertos rituales empáticos que se pueden seguir. Para ello es tan
importante la intuición como el conocimiento de uno mismo. Con respecto a la
intuición, si tienes ganas de leer un libro, léelo; déjalo todo. Si tienes
ganas de ver una peli, ve a verla. Si una canción te llama, escúchala. Tu parte
de escritor nunca se desprenderá de tu ocio y te dice cosas que necesita en ese
momento o más adelante.
Con respecto a los rituales empáticos, cada uno tendrá los
suyos. A mí hay dos básicos que me suelen funcionar. Uno de ellos es salir a
correr escuchando música; no toda la música te sirve siempre. Otro es conducir.
Con música, of course. Yo nunca escribo escuchando canciones pero sí hago una
gran parte del trabajo de escritor inspirándome con ella. A veces a algunos
escritores les funciona un poco de alcohol o un porrito para desengrasar
también su lado empático, que es de lo que estamos hablando, de unir la
capacidad de percibir y crear belleza con la inteligencia necesaria para urdir
una trama. Por eso, como en todo, la moderación es recomendable, porque estos
productos espirituosos no te creas que dejan en muy buena forma física tu
inteligencia. Por suerte, las carreteras que tengo en el coco uniendo los dos
hemisferios, en mi caso, son terriblemente anchas y no necesito de aditamentos
externos para ponerlas a trabajar.
El tema de los horarios también varía mucho entre tipos de
escritores. Vaya, estoy siendo políticamente correcto. Yo creo que escribir por
la noche antes de acostarse no sirve más que para sacar mierda que luego vas a
tener que corregir por la mañana; pero ese soy yo. A mí lo que me pone es
levantarme muy temprano y meterme un café de campeones. Puedo escribir a lo
largo de todo el día, por supuesto, pero he decidido no volver a hacerlo
después de la cena porque, lo dicho, es paná. Si estás pillado de tiempo, mejor
te acuestas y te pones el despertador a las 7, las 6, las 5 o lo que haga
falta.
Otras cositas que hago para organizarme es escribir las
descripciones de los personajes, pero no anticipadamente, sino a medida que van
saliendo en la novela. Si lo hago antes, me comprometo a cosas que todavía no
se me han podido ocurrir en detalle porque, bueno, no estoy buceando en mi
propio mundo, en el mundo real, y las ópticas son distintas. Y si no lo hago,
al final me lío o tengo que estar todo el rato moviéndome por el texto para ver
cómo tenía este el pelo o por dónde le vino el guantazo. Igual no te hace falta
mantener la descripción de los personajes, pero sí de un edificio, o de unas
batallas que han sucedido. Lo que sea; tienes una versión pirateada de un
prodigioso procesador de textos para usarla, muchacho.
Una vez que has terminado el libro, que tampoco nos vayamos
a pensar que es lo más difícil del mundo, empieza el trabajo de los adultos,
que es corregir. Para eso primero hay que ser consciente de lo que uno
pretendía y pensar, sin mirar la pantalla del ordenador, en si cree que lo ha
conseguido. Aconsejo unas cuantas jornadas de desintoxicación, ejercicio
físico, volver a las actividades humanas normales, pero seguir con la misma caraja
de despistado porque estás pensando en tus movidas. Entonces te vas a dar
cuenta de cosas que te faltan o que te sobran; apúntalas. Abre un documento
exclusivo para apuntar todo lo que, sin abrir el libro, crees que vas a tener
que cambiar, quitar o poner. El concepto es el mismo que el de «el espíritu de
la escalera»; es decir, que hay mil cosas que te habría gustado decir en una conversación
para quedar como John Wayne, pero no dijiste porque en ese momento, las prisas,
la adrenalina, una mala tarde la tiene cualquiera…
Arregla toda esa mierda antes de empezar la corrección
ortogramatical y continúala a lo largo de la misma. Vas a seguir viendo
incoherencias, fallos o cosas que podías haber hecho mejor. Vuelve a
cambiarlas, vuelve a mejorar tu libro. Entonces y solo entonces te pones a
darle la corrección definitiva de estilo.
Se supone que ya casi no tienes faltas de ortografía ni
gramaticales que tocar. Se supone que la novela ya tiene la estructura, orden y
contenido que necesitas. Se supone que ahora ya puedes coger todas esas frases
tan bonicas que se te ocurrieron en su momento y quitarles los quince nudos
incomprensibles que las alejan del sentido común. Quitarás las reiteraciones de
palabras. Evitarás que las frases acaben rimando entre ellas. Verás cuántos
adverbios acabados en mente no son necesarios. Mirarás aquello de los
gerundios, que no siempre hacen falta.
Y ya te sentirás satisfecho y agotado. Entonces, ¿sabes lo
que hago yo? Le doy un repaso a los diálogos. Me quito la chaqueta de escritor
y me pongo la de persona de la calle, o la de científico loco, o la de narco
francés, y toco diálogos, cosa que ya he hecho en los anteriores tres repasos,
pero que nunca se acaba de perfeccionar.
Yo necesito todo eso porque soy un escritor hiperintuitivo
y, por tanto, debo poner firmes constantemente a mis agentes de aduanas. El que
ya me venga ordenadito de fábrica, digo que debería mejorar sus rituales
empáticos y toda la mierda esa de sacar del interior lo que merezca la pena ser
contado.
No tengas miedos de saberte un escritor con defectos.