¿Cómo
crear?
No
soy un buen ejemplo a seguir.
Así de simple.
Soy desorganizado, y bastante impetuoso,
de hecho.
No soy constante (puedo pasarme semanas
sin escribir nada) y no me impongo horarios ni rutinas (puedo escribir a
cualquier hora del día o de la noche, y puedo escribir una sola frase o un
pasaje de tres mil palabras). No suelo hacer fichas de personajes (lo que me
obliga a ir adelante y atrás constantemente para que mi protagonista no sea
rubio de ojos azules y moreno de ojos negros en capítulos alternos), no dibujo
esquemas minuciosos del argumento (al menos al principio). Soy un poco caótico,
en realidad.
Soy consciente de que debo corregir
todas estas deformaciones, de modo que insisto en que por el momento —y la cosa
no cambiará en un tiempo— no soy un buen ejemplo a seguir. Sencillamente escribo
cuando… incluso para mí es difícil explicar cuándo. Yo diría que lo hago cuando
ya no puedo aplazarlo más. Continuamente estoy escribiendo en mi cabeza, y es cuando
ya no puedo retener más texto en la memoria cuando me siento delante del
ordenador a verterlo todo.
Escribo cuando la inspiración aprieta,
supongo.
Crear es inspiración. Sin inspiración,
no hay nada.
Está claro que sin dedicación, esfuerzo,
trabajo y, en ocasiones, desesperación, ningún escritor podrá ponerle punto y
final a una obra. A ninguna. Hay que echar muchas horas al asunto, tanto de
escritura como de revisión y corrección. Hay que reescribir y eliminar pasajes.
Sin trabajo no habrá resultado. Jamás. Pero lo cierto es que para mí lo
fundamental es la inspiración.
Crear es inspiración, no hay más.
Si me preguntas, te respondo que
escribir es para mí una consecuencia directa de leer.
Leo mucho, unos sesenta libros al año.
En cuanto termino un libro, comienzo otro. Soy adicto a la lectura, y me alegro
por ello. No sabría decir qué me gusta más. Sencillamente no lo sé. En un
momento determinado me di cuenta de que lo que realmente quería hacer era
contar mis propias historias, pero jamás he dejado de leer. Buscando una
analogía, un escritor es como ese niño que aprende a tocar la guitarra porque
ha visto a una banda en un concierto y ha quedado enamorado de los acordes, de
los punteos y de las notas. Al principio imita y repite y memoriza esas
canciones, pero más tarde compone y desarrolla otros nuevos temas, perfilando
así un estilo propio. Ahí es donde entra la dedicación, el esfuerzo y el
trabajo. Mucho trabajo.
Podéis leer muchos libros en los que se
explica cómo escribir bien (recomiendo Cómo
escribir ciencia ficción y fantasía, de Orson Scott Card, y Mientras escribo, de Stephen King),
participar en talleres de literatura creativa, cursos de gramática, de
sintaxis, aprender vocabulario y cómo retorcer una oración subordinada hasta
quebrarla, asistir a grupos de lectura y escritura… incluso podéis obligaros a
alcanzar diariamente un número determinado de palabras buscando una rutina, o
convertir el arte de escribir en una tarea como podría ser lavar la ropa o
tirar la basura.
Fregar los platos, hecho.
Sacar al perro, hecho.
Escribir quinientas palabras, hecho.
Todo eso está muy bien, todo lo que hagas
para estimular la creación literaria es admirable y necesario, por supuesto que
sí. Hay que leer y escribir mucho. Así se coge práctica. Así se aprende.
Leyendo y escribiendo una barbaridad. Pero sin inspiración, la cosa no va a
funcionar. Al menos a mí no me funciona.
No puedo sentarme a escribir hoy así porque
sí. Si lo hago, lo más probable es que apague el ordenador sin una sola letra
escrita y con una buena jaqueca.
Detesto presentarme a certámenes
literarios con la temática establecida de antemano. Me cuesta un mundo escribir
un relato para una antología cuya línea a seguir sea inflexible. De hecho, por
lo general soy incapaz de sentarme a escribir hasta que no tengo una trama lo
bastante potente y muy desarrollada en la cabeza, de modo que casi todos los
certámenes me caducan en plazo.
Me pasa mucho. Casi siempre, lo admito.
Si me piden para dentro de un par de
meses un relato de vampiros… probablemente no se me ocurra nada aprovechable en
ese tiempo, sin embargo habré escrito un par de relatos de zombis de los que
estaré dignamente orgulloso. Seguro.
Escribo relatos a impulsos. Como he
dicho, no me siento a escribir hasta que la historia está desarrollada en mi cabeza.
Y tiene que ser una buena historia que realmente desee contar, si no termino
descartándola. Esa es la inspiración, al menos mi concepto de inspiración, cuyo
origen no puedo definir. Está ahí. Quizá pasan semanas o meses sin que se me
ocurra nada, pero de pronto, súbitamente y sin esperarlo, se me ocurre la idea
que estaba esperando. Y a la par me acompañan las ganas de sentarme a escribir.
Y ya no me detengo hasta acabar.
Un día cualquiera se me enciende la
bombilla.
«¿De dónde salen mis ideas?», podrías
preguntarme. Pues de la calle, de la vida, de una película, de un libro, de una
conversación con un amigo, de una anécdota que te cuentan en el trabajo, de
cualquier parte… Dicen que los escritores deben vivir en soledad y
atormentados, pero qué va. Un escritor tiene que estar siempre rodeado de
gente, cuanta más mejor, hay que empaparse de vivencias, de detalles… Así, las
historias serán más reales. Y las ideas llegarán una detrás de otra para que tú
puedas ir descartando las que sean basura. Porque hay mucha basura en todo lo
que se te ocurre, eso es así. Asúmelo.
Hay gente que piensa que tener una idea
es difícil. Eso no es cierto. Lo difícil es acertar cuál es la buena.
Pongámosle que hay un hombre desnudo en
mitad de la calle. Estamos contando la historia de un exhibicionista. Lo
primero que podríamos preguntarnos es si lo hace a menudo. Si muestra sus
partes nobles a señoras… o a niños. Pero, ¿y si está desnudo solo porque le han
robado? ¿Y si está ahí en mitad de la ciudad, como Dios le trajo al mundo,
porque ha perdido una apuesta? Quedémonos con lo último. Ha perdido una
apuesta. ¿Qué había apostado? ¿Quién o qué era tan importante como para, sabiendo
que puede ser detenido por desorden público, haya sido capaz de salir a la
calle sin ropa?
Ahí hay un puñado de ideas en un solo
párrafo. Pero nadie te asegura cuál es la idea buena. La que terminará
germinando en una novela que alguien quiera leer. Quizá ninguna sea buena.
Estoy divagando.
Decía que cuando se me ocurre una idea,
no me siento a escribir directamente. En cambio, empiezo a darle vueltas,
pienso en diálogos, personajes, situaciones. Tomo notas, apunto detalles en
post-it y en el bloc de texto del ordenador. En mitad de una fiesta escribo
alguna nota en el móvil para poder pensar en ello cuando esté libre. También
tomo apuntes en trozos de papel, en una libreta, donde sea. Más que nada para
que no se me olvide lo que realmente me parece bueno (aunque a la hora de
escribir la versión definitiva pocas veces se parecerá a la idea original, al
menos en mi caso). Y una vez que tengo en la cabeza toda la historia, entonces
sí, ahí sí, enciendo el editor de textos y escribo.
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(Notas en el móvil con ideas para 9 relatos) |
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Y es en esa fase cuando hay que ponerle
dedicación, esfuerzo, rutina de trabajo y todo lo demás. Ahí sí me obligo a
escribir todos los días. Y si hay algo que no sé con detalle, me paro a
documentarme, evitando así caer en trampas y subterfugios. Un buen consejo es
escribir de lo que uno sabe, así te equivocas menos. Y si no sabes, para unos
días e infórmate bien. No metas la pata.
Una vez se me ocurrió un relato que iba
a titular «8 minutos». Ese es el tiempo en que tarda la luz del sol en llegar a
la Tierra por el espacio. Quería escribir un relato contando qué ocurría en
esos ocho minutos con varios personajes después de saber que el sol se había
apagado como una bombilla. Lo primero que hice fue documentarme si era posible.
Y no. El sol no se puede apagar como una bombilla. Se iría apagando, sí, pero
al mismo tiempo se hincharía hasta devorar el planeta. Al verse modificado el
tamaño del sol, la órbita terrestre habría cambiado su curso, las mareas
habrían cambiado, se producirían tsunamis y terremotos, y el planeta
probablemente habría terminado deambulando por el sistema solar sin un rumbo
establecido. O cualquier otra cosa que no fui capaz de entender. Por lo tanto,
mi relato estaba condenado a ser una basura. Porque no habría sido creíble, y
los lectores de ciencia ficción habrían tachado mi cuento de deshonesto. Porque
vale que estemos hablando de escribir ficción, y que Superman vuele y que
Spiderman lance telarañas por las muñecas, pero los argumentos hay que
respetarlos y sostenerlos con cimientos sólidos. Y si tu historia no se
sostiene, sencillamente no sirve.
Con las novelas el proceso de escritura
es algo diferente, pero en esencia es igual que la redacción de un relato
(salvo que a lo bestia y más caótico aún). No me siento a escribir hasta que
tengo la historia completa en la cabeza. A menudo me duele de tanta información
que tengo y no puedo evitar sentarme para hacer esquemas o anotaciones a
grandes rasgos, o algún detalle muy concreto (una frase que quiero que aparezca
en la novela, un diálogo muy particular que tenga significado de peso). Pero le
voy dando vueltas mientras conduzco, antes de dormir, durante los almuerzos, mientras
salgo a correr…, esbozo pequeños esquemas, como digo, muchas anotaciones,
extractos de diálogos…
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(Libretas y trozos de papel donde anoto "cosas") |
Pero no me siento a escribir el texto
definitivo hasta que sé desde dónde quiero partir hasta dónde quiero llegar y
por dónde pasar (salvo pasajes que por lo habitual dejo a la improvisación, es
decir, sé que dos personajes van a hablar sobre un tema, pero no sé las frases
exactas ni el lugar donde conversan. A veces sí sé el diálogo entero, bien
manteniéndolo en la cabeza, bien habiéndolo escrito en algún trozo de papel).
Una vez tengo todo eso en la cabeza, escribo un resumen completo de toda la
historia, dos o tres folios máximo, con los hitos más importantes y las
subtramas a desarrollar. Y esquemas más detallados que más tarde, capítulo a
capítulo, iré desgranando y relacionando con todas las notas y pasajes que he
ido garabateando de vez en cuando en diversos sitios.
Y
entonces sí, me pongo a escribir de la primera palabra de la novela hasta la
última.
A veces repito este mismo proceso dentro
de la redacción de la propia novela en sí. Es decir, una vez que he escrito el
resumen completo, separado por capítulos y subcapítulos, me pongo con el primer
bloque (primera parte, primer capítulo, primer arco…). Y me pongo a darle más
vueltas, a pensar mucho más profundamente en los detalles, en las reacciones de
los personajes, en los diálogos, en las acciones, en las descripciones de
paisajes, en la coherencia de la trama (algo muy importante).
Hay autores que afirman dejarse llevar
por la historia y los personajes. Yo no.
Hace poco escuchaba en una presentación
de un escritor de medio pelo (y con un ego del tamaño del Empire State) algo
así como: «mi pluma trata de rememorar las hazañas de manifiestos personajes, mas
estos se desgajan de mi mente, confrontan con valentía los duelos de los que
yo, como autor, como dios infecundo y desabrido de sus destinos, no soy capaz
de salir triunfante, y sin más remedio, derrotado y humillado, déjome llevar
por los designios que la historia y los personajes requieren, provocando que
hinque la rodilla ante la amargura de mis entrañas.» Pamplinas y nada más que
pamplinas. El discursito no era literal, no he podido engalanarlo tanto como hizo
el autor en cuestión, pero las ganas de menear la cabeza con condescendencia son
las mismas.
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(Esquema general de "Ojos de Circo") |
Tú como escritor puedes contar la historia
que quieras, ningún personaje te lo va a prohibir. Puedes hacer lo que te
plazca y escribir lo que te dé la gana. Lo que este autor quería decir en su
perorata (o es el mensaje que yo quise entender), es que tienes que ser honesto
con la historia y no caer en ridiculeces. Un personaje no puede aprender
idiomas en una página, ni dominar súper poderes en escasos tres párrafos. Y
esas contradicciones, incoherencias… tienes la suerte de que la propia historia
te las va a ir corrigiendo —o pidiéndote que las corrijas— a medida que vayas
escribiendo o revisando.
Si quieres que un joven atraque un banco
con un plátano en la mano, puedes escribir esa historia, no pasa nada. Pero
obviamente tendrás que cambiar ese plátano por una pistola, si no quieres que ese
atraco termine siendo ridículo. Pero, ojo, conste en acta que la pistola puede
ser igual de ridícula. ¿El joven ha aprendido a quitarle el seguro? ¿Sabe que,
si no tiene cuidado, el retroceso del disparo puede dejarlo caer de espaldas?
¿Sabe el autor que es poco probable que un joven sea capaz de agenciarse una pistola
en una ciudad normal y corriente? ¿Cómo la ha pagado? ¿De dónde la ha sacado?
Entonces, para no alargarme más, escribe
de manera honesta.
Sé coherente. No metas a tu protagonista
claustrofóbico en una cueva a oscuras. No.
Puedes escribir una novela que guste más
o menos: pero sé COHERENTE. Sé honesto.
Luego corrige mucho. Para mí las
revisiones son un fastidio, un último esfuerzo que hay que hacer pero que no te
apetece nunca. A veces mola, sí, porque es parte de la escritura, pero desgasta
bastante. Cansa. Es como una prórroga en un partido de fútbol que has peleado
hasta quedarte sin resuello. Ya no te quedan fuerzas ni ganas, pero tienes que
dar un poquito más.
Por lo general, dejo pasar un tiempo
entre la escritura y la corrección. Y siempre corrijo en papel. Imprimo la
novela y las anotaciones las hago en rojo, verde o azul. Pero a mano.
Después… solo toca esperar. Alguna
editorial se interesará por tu trabajo. O no, pero eso no depende de ti. Así
que no te agobies.
¿Son estos consejos útiles para ti?
Probablemente no.
Yo mismo soy contradictorio con mis
propias reglas, pues cuando me encargan una traducción al castellano me sitúo
en el extremo opuesto de todo lo que he contado. Hago fichas de personajes, me
pongo horarios, cumplo plazos…
No sé por qué, la verdad.
Pero así es.