viernes, 20 de junio de 2014

Bookake. Despertar de AC.Ojeda


Despertar de AC Ojeda


No recuerdo con exactitud el momento en el que sus incisivos se clavaron en mi antebrazo. Erguido y sin rastro de humanidad en su mirada se presentaba ante mí aquel hijo de puta que acababa de poner fin a mis días. Su mordisco convirtió mis venas en un improvisado alambique que transformaba la sangre en petróleo. Una intensa y fugaz llamarada inundó cada rincón de mi cuerpo calcinando todo lo que encontró en su camino. Tras aquella tormenta de fuego llegó el invierno nuclear.
 

Mis brazos se tornaron blanquecinos, simulando ser papel de fumar. Podía ver, a través de mi piel, los cauces de unos ríos afectados por la sequía de la vida. El rojo intenso que antaño fluyese por mi interior no era más que una mancha oscura, casi negra, coagulándose en cada esquina de mi ser. Sin entender bien qué estaba ocurriendo intenté gritar, pedir auxilio, pero todo esfuerzo fue en vano. Mis cuerdas vocales se habían convertido en las trompetas del apocalipsis, era incapaz de articular algo más que sonidos guturales carentes de lógica alguna.
 

Torpemente conseguí encadenar un par de pasos. Mis articulaciones parecían haberse entumecido a una velocidad vertiginosa, cada gesto suponía un derroche de energía. Mi tétrica coreografía me llevó hasta una calle estrecha en la que pude ayudarme apoyando
las manos sobre la pared. Mis dedos escudriñaban cada palmo que avanzaba. Mis pies, torpes calzos de equilibrista, libraban una dura batalla contra el adoquinado de aquel lúgubre pasaje.
 

Lo poco que quedaba de mis dedos alcanzó el último escollo. Un paso más y abandonaría las tinieblas del estrecho pasillo para formar parte de una deslumbrante incertidumbre.
 

Aparecí en el corazón de una enorme avenida aparentemente vacía. Todo parecía abandonado cómo si alguien hubiese salido corriendo sin mirar atrás. El decorado me impactó. Jirones de carne y ráfagas de sangre compartían protagonismo en la escena con un par de coches volcados. En otra ocasión se me hubiera helado la sangre, pero no fue
así.
 

Me sorprendí olisqueando el aire sin saber bien qué pretendía. No formaba parte de mis instintos, al menos de los que conocía hasta ese momento. Nunca había diferenciado, de manera tan nítida, el aroma de la muerte.
 

Continué escudriñando cada partícula que se introducía por mis fosas nasales y entonces, sin esperarlo, descubrí el sentido de mi nueva habilidad. Un aroma fresco, diferente al resto, se colaba por mi nariz. Volvió la sensación de calor y con ella un frenesí incontrolable se apoderó de mi putrefacta figura. Los nudillos del hambre se
incrustaron en mi abdomen con una violencia desaforada. Tenía que hacer desaparecer esa sensación y algo en mi interior gritaba cómo hacerlo, aunque prefería no escucharlo.

Mis ojos buscaban desesperadamente el origen de aquel olor. Repasé puertas y ventanas sin éxito. Inspiré con fuerza en busca de nuevas pistas, pero fue su torpeza quien acabó por delatarle. Había firmado su sentencia.
 

Sus brazos cedieron ante el peso del burdo metal que sujetaban. El improvisado refugio, otrora puerta de conductor, cayó provocando un estruendo que seguro atraería a más de mi estirpe. Debía apresurarme si quería ser el único comensal en el banquete que se
presentaba ante mí.
 

En un par de zancadas le alcancé. Me hubiera gustado parar un segundo a contemplar su miedo, su impotencia, pero fue imposible accionar cualquier mecanismo racional. Era el instinto quien movía los hilos. Descargué toda mi rabia en su clavícula. El caudal rojizo
que caía sobre su pecho no me importaba en absoluto, era un aderezo para mí festín. Su cuerpo se retorcía, recordándome lo que acababa de pasar no hacía mucho en un callejón no muy lejano. Los nudillos habían desaparecido y mis entrañas ardían de nuevo.
 

Había conseguido calmar al monstruo interior a base de crear otro hambriento que, más pronto que tarde, necesitaría saciarse con otra víctima. La historia se repitió en cada calle. Todas las ciudades fueron testigos de la ira en forma de mandíbula desatada. Nada ni nadie podía con nosotros.

FIN

No hay comentarios:

Publicar un comentario