CÓMO (NO) ACONSEJO CREAR
Hacer un análisis de mi proceso creativo es un ejercicio bastante
estéril. Para mí, desde luego, aunque lo será más para el que busque una
fórmula mágica de la que echar mano. Partiendo de esa premisa, trataré de
transmitir de forma coherente algo que jamás me había planteado detallar, hasta
que recibí la propuesta de participar en esta sección de La Ventana Secreta 6.
Pero cualquiera se niega, siendo uno seguidor de este espacio.
Bien, empezaré por aclarar que no soy metódico. No digo que sea poco
metódico, o algo desordenado. Lo que trato de explicar es que carezco por
completo de un método creativo al que recurrir cada vez que encaro una nueva
obra.
Me considero un autor impulsivo, no escribo un número X de palabras
diarias (ni siquiera cuento las palabras, lo considero una pérdida de tiempo),
sino que me dejo llevar por los arrebatos. Puedo pasarme un año entero sin
escribir una sola línea, madurando decenas de ideas en la mente, y luego parir
dos novelas en otros tantos meses.
Quizás esa sea la primera pauta que sigo, aunque de forma inconsciente.
Antes de plantearme la escritura de una novela, amarro bien fuerte la idea de
base. A veces esta idea es muy abstracta, como en el caso de mi última novela
publicada, El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas. El
detonante de esa obra fue una canción de Mark Lanegan, “Sleep with me”, que iba
escuchando un día de camino al trabajo. Una idea se desprendió de su letra y
fue a caer en un rincón fértil de la parcelita de mi cerebro reservada a eso de
la creatividad. Allí fue germinando en cada uno de mis dos paseos de ida y
vuelta al trabajo, cada día. En principio ni siquiera tomaba nota alguna. Todo
aquello que tenga la suficiente consistencia como para merecer estar en el manuscrito
final, perdurará en la memoria.
El segundo paso, una vez que tengo claro lo básico, que es cómo empieza y
cómo acaba la historia que quiero contar, es dejar que los personajes me
hablen. Esto me suele ocurrir siempre en el momento más inoportuno, así que ahí
empiezan las anotaciones en los sitios más extraños que os podáis imaginar.
Servilletas de papel, impresos de solicitud oficiales, manos, correos
electrónicos que me envío a mí mismo (esta es una práctica habitual cuando la
inspiración me pilla en horario laboral)... La cuestión es que si tengo bien
interiorizados a esos personajes, suelen susurrarme frases concretas que sé de
inmediato dónde deben encajarse, y así va cobrando forma algo parecido a un
esquema. Es decir, que dejo que sean los propios personajes los que tracen la
ruta.
Una vez recopiladas esas anotaciones, suelo idear un guión básico. Y con
básico me refiero a que pongo una decena de picas en los puntos clave por los
que debe pasar la trama. Eso sí, suelo respetarlos, porque es la única hoja de
ruta que tengo en caso de que me pierda por el camino.
Bien, pongamos que ya he pasado por ese caótico proceso y me he decidido
a escribir una novela. Ahora empieza el verdadero caos.
Lo primero, necesito música que me inspire, y eso irá en función del tono
que pretenda imprimir a la obra en cuestión. Siguiendo con el ejemplo de mi Gallinas
viejas, todas las canciones seleccionadas eran de Mark Lanegan, o tenían
que ver con su tono y la atmósfera general de su música. “Sleep with me” iba
intercalada cada dos canciones, para no olvidarme de que era ese tema en
cuestión el que sentaba las bases de lo que estaba contando; podemos decir que
fue la columna vertebral de toda la trama.
A partir de ahí comienza una lucha encarnizada contra mis propios demonios.
Me siento a escribir cada día, aunque algunos no termino de arrancarme, otros
me paso la jornada entera dando forma a un único párrafo (por lo general, el
primero de un capítulo crucial), y de vez en cuando salta el chispazo y me
mando diez, quince o veinte páginas del tirón.
Lo normal es que en un par de meses máximo tenga escrita la novela. Si he
llegado hasta el punto de sentarme frente al ordenador y abrir el procesador de
textos, es que la historia ya estaba escrita en mi cabeza. Por el camino iré
metiendo cambios, haciendo anotaciones en hasta tres libretas distintas
(anotaciones que tacho, que cambio, que rompo y reescribo) para luego volver a
la idea inicial.
Sé que es un método demencial, que más de un purista en esto de la
escritura se rasgará las vestiduras leyendo semejante cúmulo de despropósitos
para concebir una obra literaria. Pero de momento me funciona. He publicado
hasta la fecha tres novelas, una antología de relatos y otra que viene en
camino. Poco ortodoxo, muy fructífero a efectos prácticos. Cinco libros en tres
años no es mal bagaje para un escritor que funciona de forma contraria a lo que
dicta cualquier manual de narrativa.
Y nada de musas. Las musas no existen, salvo que aceptemos las drogas
dentro de la definición. Aunque no le aconsejo a nadie echar mano de ese tipo
de musas, porque sería pan para hoy y hambre para mañana, cuando el cerebro
esté licuado por efecto de esas sustancias tan inspiradoras.
Pero, ¿qué sabré yo de todo eso de escribir? Quizás algún día sienta la necesidad
de contar algo grande, una historia épica que me exija una planificación
exhaustiva, un diseño de personajes pormenorizado y una rutina de trabajo
diaria. Hasta la fecha, sólo he concebido la literatura como un bálsamo para
mantener el equilibrio emocional. Escribo porque lo necesito, porque me da un
asidero al que aferrarme cuando el entorno se vuelve opresivo. Hago ficción
para que la realidad no me aplaste entre sus muros, y la hago siempre desde una
dureza casi extrema, porque purgar toda la mierda me ayuda a seguir siendo
feliz en mi día a día.
Nunca me ha gustado dar consejos sobre literatura a escritores en
ciernes, y tampoco creo que sea el objetivo de esta sección, pero si me
obligasen a dar uno, sería siempre el mismo: leed. Leed mucho, muy variado,
todo lo que se os ponga por delante. No hay mejor escuela. Si me apuráis, diría
que es la única escuela válida.
me ha encantado, supongo que por el echo de que "funciono" de un modo muy, muy parecido.
ResponderEliminarGran artículo.
ResponderEliminarMenos mal que alguien tranquiliza mi cerebro que funciona de forma similar. Los esquemas, guiones y demás son necesarios, pero la inquieta mente, al menos la mía, hace que aquello que tienes organizado se transforme en algo totalmente diferente a medida que uno escribe. Cierto es que las ideas surgen cuando uno menos se lo espera. En mi caso suelen cobrar vida cuando intento que el sueño se apodere de mí o en la ducha (jamás supe el motivo, cosa que tampoco me planteo), pero sí que es cierto que en ocasiones mis bolsillos van repletos de trozos de papel con características, emociones o hasta diálogos que acabarán formando parte, de una forma u otra, en mis escritos (aunque también a veces acaban desechados en cualquier cubo de basura o papelera). Pero he encontrado una ayuda factible en el móvil: instalar un bloc de notas. Este aparatejo siempre me acompaña (a excepción del momento ducha donde la memoria debe trabajar al cien por cien) y hace que en cualquier momento pueda escribir esa idea que aparece de forma fugaz y no quieres que desaparezca. Piénsalo porque funciona y te ahorras ir asesinando centenares de árboles con anotaciones, en ocasiones, inútiles.
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