miércoles, 25 de junio de 2014

¿Cómo crear? por Dario Vilas





CÓMO (NO) ACONSEJO CREAR


Hacer un análisis de mi proceso creativo es un ejercicio bastante estéril. Para mí, desde luego, aunque lo será más para el que busque una fórmula mágica de la que echar mano. Partiendo de esa premisa, trataré de transmitir de forma coherente algo que jamás me había planteado detallar, hasta que recibí la propuesta de participar en esta sección de La Ventana Secreta 6. Pero cualquiera se niega, siendo uno seguidor de este espacio.

Bien, empezaré por aclarar que no soy metódico. No digo que sea poco metódico, o algo desordenado. Lo que trato de explicar es que carezco por completo de un método creativo al que recurrir cada vez que encaro una nueva obra.

Me considero un autor impulsivo, no escribo un número X de palabras diarias (ni siquiera cuento las palabras, lo considero una pérdida de tiempo), sino que me dejo llevar por los arrebatos. Puedo pasarme un año entero sin escribir una sola línea, madurando decenas de ideas en la mente, y luego parir dos novelas en otros tantos meses.

Quizás esa sea la primera pauta que sigo, aunque de forma inconsciente. Antes de plantearme la escritura de una novela, amarro bien fuerte la idea de base. A veces esta idea es muy abstracta, como en el caso de mi última novela publicada, El hombre que nunca sacrificaba las gallinas viejas. El detonante de esa obra fue una canción de Mark Lanegan, “Sleep with me”, que iba escuchando un día de camino al trabajo. Una idea se desprendió de su letra y fue a caer en un rincón fértil de la parcelita de mi cerebro reservada a eso de la creatividad. Allí fue germinando en cada uno de mis dos paseos de ida y vuelta al trabajo, cada día. En principio ni siquiera tomaba nota alguna. Todo aquello que tenga la suficiente consistencia como para merecer estar en el manuscrito final, perdurará en la memoria.

El segundo paso, una vez que tengo claro lo básico, que es cómo empieza y cómo acaba la historia que quiero contar, es dejar que los personajes me hablen. Esto me suele ocurrir siempre en el momento más inoportuno, así que ahí empiezan las anotaciones en los sitios más extraños que os podáis imaginar. Servilletas de papel, impresos de solicitud oficiales, manos, correos electrónicos que me envío a mí mismo (esta es una práctica habitual cuando la inspiración me pilla en horario laboral)... La cuestión es que si tengo bien interiorizados a esos personajes, suelen susurrarme frases concretas que sé de inmediato dónde deben encajarse, y así va cobrando forma algo parecido a un esquema. Es decir, que dejo que sean los propios personajes los que tracen la ruta.

Una vez recopiladas esas anotaciones, suelo idear un guión básico. Y con básico me refiero a que pongo una decena de picas en los puntos clave por los que debe pasar la trama. Eso sí, suelo respetarlos, porque es la única hoja de ruta que tengo en caso de que me pierda por el camino.

Bien, pongamos que ya he pasado por ese caótico proceso y me he decidido a escribir una novela. Ahora empieza el verdadero caos.

Lo primero, necesito música que me inspire, y eso irá en función del tono que pretenda imprimir a la obra en cuestión. Siguiendo con el ejemplo de mi Gallinas viejas, todas las canciones seleccionadas eran de Mark Lanegan, o tenían que ver con su tono y la atmósfera general de su música. “Sleep with me” iba intercalada cada dos canciones, para no olvidarme de que era ese tema en cuestión el que sentaba las bases de lo que estaba contando; podemos decir que fue la columna vertebral de toda la trama.

A partir de ahí comienza una lucha encarnizada contra mis propios demonios. Me siento a escribir cada día, aunque algunos no termino de arrancarme, otros me paso la jornada entera dando forma a un único párrafo (por lo general, el primero de un capítulo crucial), y de vez en cuando salta el chispazo y me mando diez, quince o veinte páginas del tirón.

Lo normal es que en un par de meses máximo tenga escrita la novela. Si he llegado hasta el punto de sentarme frente al ordenador y abrir el procesador de textos, es que la historia ya estaba escrita en mi cabeza. Por el camino iré metiendo cambios, haciendo anotaciones en hasta tres libretas distintas (anotaciones que tacho, que cambio, que rompo y reescribo) para luego volver a la idea inicial.

Sé que es un método demencial, que más de un purista en esto de la escritura se rasgará las vestiduras leyendo semejante cúmulo de despropósitos para concebir una obra literaria. Pero de momento me funciona. He publicado hasta la fecha tres novelas, una antología de relatos y otra que viene en camino. Poco ortodoxo, muy fructífero a efectos prácticos. Cinco libros en tres años no es mal bagaje para un escritor que funciona de forma contraria a lo que dicta cualquier manual de narrativa.

Y nada de musas. Las musas no existen, salvo que aceptemos las drogas dentro de la definición. Aunque no le aconsejo a nadie echar mano de ese tipo de musas, porque sería pan para hoy y hambre para mañana, cuando el cerebro esté licuado por efecto de esas sustancias tan inspiradoras.

Pero, ¿qué sabré yo de todo eso de escribir? Quizás algún día sienta la necesidad de contar algo grande, una historia épica que me exija una planificación exhaustiva, un diseño de personajes pormenorizado y una rutina de trabajo diaria. Hasta la fecha, sólo he concebido la literatura como un bálsamo para mantener el equilibrio emocional. Escribo porque lo necesito, porque me da un asidero al que aferrarme cuando el entorno se vuelve opresivo. Hago ficción para que la realidad no me aplaste entre sus muros, y la hago siempre desde una dureza casi extrema, porque purgar toda la mierda me ayuda a seguir siendo feliz en mi día a día.

Nunca me ha gustado dar consejos sobre literatura a escritores en ciernes, y tampoco creo que sea el objetivo de esta sección, pero si me obligasen a dar uno, sería siempre el mismo: leed. Leed mucho, muy variado, todo lo que se os ponga por delante. No hay mejor escuela. Si me apuráis, diría que es la única escuela válida.

3 comentarios:

  1. me ha encantado, supongo que por el echo de que "funciono" de un modo muy, muy parecido.

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  2. Menos mal que alguien tranquiliza mi cerebro que funciona de forma similar. Los esquemas, guiones y demás son necesarios, pero la inquieta mente, al menos la mía, hace que aquello que tienes organizado se transforme en algo totalmente diferente a medida que uno escribe. Cierto es que las ideas surgen cuando uno menos se lo espera. En mi caso suelen cobrar vida cuando intento que el sueño se apodere de mí o en la ducha (jamás supe el motivo, cosa que tampoco me planteo), pero sí que es cierto que en ocasiones mis bolsillos van repletos de trozos de papel con características, emociones o hasta diálogos que acabarán formando parte, de una forma u otra, en mis escritos (aunque también a veces acaban desechados en cualquier cubo de basura o papelera). Pero he encontrado una ayuda factible en el móvil: instalar un bloc de notas. Este aparatejo siempre me acompaña (a excepción del momento ducha donde la memoria debe trabajar al cien por cien) y hace que en cualquier momento pueda escribir esa idea que aparece de forma fugaz y no quieres que desaparezca. Piénsalo porque funciona y te ahorras ir asesinando centenares de árboles con anotaciones, en ocasiones, inútiles.

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