GAME OVER de AC Ojeda
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Recuerda, no venimos hasta el domingo. – así fue
como se despidieron los padres de Fran antes de cerrar dando un sonoro golpe
con la puerta.
Después de mucho tiempo
esperando, la casa por fin era sólo para él y eso se traducía en diversión sin
control. Él había avisado a sus amigos dos semanas atrás y, sin dudar un
instante, organizaron una maratón de videojuegos para la madrugada del viernes.
Todo debía estar preparado para entonces.
Fran salió de su casa al poco
tiempo después que sus padres rumbo hacia el supermercado. Una sesión como la
que iba a tener esa noche necesitaba un buen arsenal de frutos secos y
refrescos. Estaba feliz, era una gran ocasión para él y tenía que tenerlo todo
bajo control. Después de recorrer todos los pasillos de la tienda, fue a la
caja para pagar y colocó uno a uno todos los productos que se iba a llevar. La
cajera no pudo evitar la risa al ver la cantidad de paquetes de patatas y
bebidas que llevaba. A él le daba absolutamente igual porque nada, ni nadie,
podía fastidiar la velada.
Se marchó a casa con el tiempo
muy justo para tomar una ducha y ponerse manos a la obra. Las primeras partidas
fueron bastante bien y la noche parecía que no podía ir mejor. Una de las
botellas que tenía sobre la mesa se había acabado, así que era hora de ir a
reponerla. Fran no avisó a sus amigos porque apenas le llevaría unos segundos
llegar a la cocina y coger el refresco. Llegó a la cocina, abrió el frigorífico
y, justo en el momento que agarró una de las botellas, un extraño ruido sonó
por la ventana. Se giró lentamente y se acercó a la ventana para intentar
averiguar que había sido aquello. Miraba hacia ambos lados y no había
absolutamente nada. En ese mismo instante otro ruido volvía a sonar y esta vez
mucho más fuerte que el anterior. Fran soltó la botella y cogió uno de los
cuchillos que su padre usaba para cortar la carne en las barbacoas familiares.
Abrió la puerta que daba al patio lentamente, tan lento que ni siquiera las
bisagras se atrevieron a hacer ruido y sacó la cabeza al exterior. Hizo la
misma operación que un peatón al cruzar una avenida infestada de coches y no
observó nada. Salió por completo y se dirigió hacia la parte trasera de la
casa, el lugar del que provenían aquellos sonidos extraños. La oscuridad de la
noche se había apoderado de todos los rincones del patio y la escasa luz que
provenía de las farolas proyectaba sombras tenebrosas sobre las paredes del
exterior de la casa. El silbido del viento creaba una atmósfera aún más
siniestra y los crujidos de los árboles parecían quejidos de seres de
ultratumba. Las piernas de Fran temblaban como si fueran gelatina y el cuchillo
parecía doblarse en sus manos en vez de mantenerse firme. El miedo le invadía
por completo. Entre temblores consiguió llegar al sitio del que nacían aquellos
inquietantes alaridos. Era un mueble, el mueble que su padre usaba para guardar
los utensilios de limpieza de la piscina. Alzó su mano derecha hasta que tocó
la puerta y de un movimiento rápido la abrió.
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¡Quién anda ahí! – gritó Fran muerto de miedo.
En ese instante un ruido aún
mayor sonó con violencia. La puerta de acceso a la cocina se había cerrado.
Fran dio un salto tan grande del susto que el cuchillo cayó a pocos centímetros
de su pie. Corrió hacia la puerta por la que había salido e intentó abrirla a
base de golpes. Era inútil cualquier esfuerzo. Fran se había quedado atrapado
en el jardín de su casa.
Una pequeña cabeza salió del
armario que había abierto segundos atrás. Unos ojos rojos brillaban con una
intensidad fuera de lo común. Era un gato, el de su vecino. Ese era el culpable
de los ruidos y de que él estuviera fuera de casa. Encerrado en el jardín y sin
poder disfrutar de su noche de videojuegos.
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