¿Cómo crear?
Francisco Miguel Espinosa
La
pregunta qué más me han hecho en entrevistas es: ¿De dónde sacas la
inspiración? Una vez, respondí que un pollo me decía lo que tenía que escribir.
Esta broma dio pie al Gallo que corona Abismo, el escenario en que se
desarrolla mi novela Cabeza de Ciervo. Y este es el mejor resumen que
puedo hacer sobre la inspiración. Lo que podríamos llamar el primer paso hacia
crear. Tener una idea.
Desde
que tengo uso de razón, tengo ideas. Desde que tengo ideas, las escribo.
Escribir es un impulso, y nada más. Hay quien siente el impulso de hacer
música, de actuar en teatros o de resolver ecuaciones y hay quien no tiene
impulsos de ninguna clase. Y el mundo es así. Ahora me piden que os cuente cómo
crear. Supongo que, en todo caso, cómo hago yo para crear. Y esta cuestión me
trae de cabeza desde que me lo pidieron porque tal vez no somos conscientes de
lo que hacemos, por qué lo hacemos y cómo conectamos con los lectores (siempre
que pasemos los filtros editoriales). Por suerte, escribo mucho y tengo algo de
orden mental, un máster en Escritura Creativa y mucho tiempo libre. Así que os
hablaré de dos caminos en mi etapa creativa: cómo escribo en solitario y cómo
escribo acompañado.
Lo
primero, es la idea. Suelo tener ideas a todas horas: desde escenas, a
personajes, a frases y a historias que se abren y cierran en mi cabeza en
cuestión de segundos. Suelo llenar cuadernos y cuadernos con estas ideas,
apuntadas de forma apresurada y sencilla.
Estos
cuadernos me sirven como recordatorio y no suelo ojearlos más que una vez al
mes: las ideas poderosas se quedan en mi cabeza durante periodos absurdos de
tiempo (sigo dando vueltas a ideas que tuve hace 5 años). Una vez que una idea
se instala de forma poderosa en mi cabeza, comienzo a pensarla. Este proceso es
mi escritura mental, sin la que no puedo trabajar. Paso semanas o meses
escribiendo en mi cabeza: suelo salir de casa con los cascos puestos y pensar y
repensar la idea, darle vueltas a los personajes, a las situaciones y a la
trama. También cuando estoy de gira promocional me dedico a pensar y pensar,
sin escribir una sola palabra (cosa que, cuando la gira dura seis meses como Tour
de Ciervo 2014 me obliga a pasar demasiado tiempo sin trabajar en
absoluto). Este proceso me transforma en una persona despistada y ausente,
aunque mi novia y amigos ya están acostumbrados.
Lo
curioso de esto es que no pienso en una novela: imagino las escenas como en una
película y después las transcribo al lenguaje literario. Esto supone mi marca
(para bien o para mal) y la marca del género que trato de introducir y dar
forma, la novela Grindhouse.
Cuando
ya he rodado escenas enteras en mi cabeza, empiezo a sumergirme en el
escenario. Esto supone que si mi novela es de terror, me pongo a leer terror.
Si es ciencia ficción, lo propio. También ataco al cine propio del género. No
lo hago buscando voces ajenas, sino entrar en la sintonía del género. Es
difícil de explicar pero me ayuda a canalizar mi ideas y contextualizarlas: ver
cuáles son los cimientos del género en que me quiero mover y aprender a nadar
en sus aguas.
Estos
dos procesos me llevan meses. Trabajo siempre en mi cabeza con varias cosas a
la vez, por lo que no es raro que me mueva entre dos o tres novelas
simultáneas, lo que por suerte propicia que esto no sea una pérdida de tiempo
suprema. Así es como mi cabeza acaba echa polvo a lo largo del día.
Toca
sentarse a escribir.
Pasaré
por alto el relato corto porque el proceso es exacto, salvo que no suelo tomar
tantas notas sobre los relatos. Los trato como algo que empezar y acabar en
seis horas máximo. Cuando abordo una novela, lo hago desde Scrivener. Ningún
otro software para escritores profesionales (utilizado y alabado por autores como
Michael Chabon) me permite organizar los capítulos, personajes y
diferentes tramas de forma sencilla y eficaz. A todo el que quiera escribir le
recomiendo hacerse con él sin demora. Aprovecho cualquier trozo de papel para
apuntar cosas que se me ocurren, pero el principio y el final se quedan
inamovibles. Pienso la primera frase de forma obsesiva y no comienzo a escribir
hasta que está perfecta. Entonces, me pongo música a todo trapo (Hans Zimmer,
Marilyn Manson, Die Antwoord...). Soy una persona con una concentración física
limitada: lo que quiere decir que puedo estar pensando en la misma cosa durante
horas y hora, pero no haciéndola. No suelo estar más de dos horas haciendo lo
mismo (salvo excepciones para adultos). Durante estas dos horas aproximadamente,
suelo escribir unas tres mil palabras.
No
tengo problemas al eliminar capítulos enteros, reescribir la novela cuando casi
estoy acabando o eliminarla por completo si veo que no avanza como en mi cabeza
(tengo escritas 200 páginas de una novela de 300 que no termina de encajarme).
No es lo común, pero a veces ocurre. Lo importante es seguir, no detenerse.
Escribo hasta el final sin pararme a corregir, pues ahí está la trampa. Mucha
gente no consigue terminar de escribir porque no es capaz de escribir con una
venda en los ojos: releer se relee cuando has terminado. No antes. Si te paras
a reescribir y corregir antes de haber puesto punto final a la historia, nunca
llegarás al final. Como ya se ha dicho a menudo: una novela no se acaba nunca,
se abandona.
Lo
importante es no detenerse.
Tardo
alrededor de tres meses en finalizar el primer manuscrito (dependiendo de la
novela) y corregir suele llevarme el doble. XXI, mi segunda novela,
tardé seis meses en escribirla y otros nueve en corregirla; Cabeza de Ciervo
me llevó dos meses de escritura y otros seis de corrección. Un manuscrito
se escribe una vez y se corrige cuarenta. Pero lo importante siempre, es
terminar.
Otro
aspecto importante para mí, son los huecos para el lector. Muchos autores se
obsesionan en explicarle al lector, y varias veces, qué ocurre, cómo ocurre,
cuándo ocurre y quién lo sufre. Y no dejan hueco. Un buen libro es el que deja
que el lector entre: viva, imagine, conspire y se emocione con la historia que
le contamos. Esto se consigue sabiendo trabajar la elipsis; dando los datos
suficientes para que la imaginación del lector de lo demás. Esto a veces sale
bien y a veces mal, como suele pasar. Pero no dejo de trabajar en ello cada día
porque lo considero esencial para una buena novela.
Después
de esto, ya deberíamos tener algo parecido a un manuscrito terminado. Lo que
hago yo ahora, es guardarlo y dejar que repose unas semanas. Las próximas
correcciones serán duras.
Ahora
bien, los que me conocéis y seguís mi trabajo ya sabréis a estas alturas que mi
próxima novela está co-escrita con otro maravilloso autor, Angel Luis
Sucasas. Es la primera que publicamos juntos, pero no es ni mucho menos lo único
que estamos trabajando juntos. Escribir con otro autor es un proceso diferente
y difícil. Ya en 2012 firmé una novela que aún no se ha publicado junto a Ferran
Pizarro, compañero de andanzas en Paraiso4.com. Aquel proceso fue más
difícil porque el vive en Barcelona y yo en Madrid: en este caso, desarrollamos
una biblia del proyecto, con esquemas de todos los capítulos y dividimos el
trabajo. Cada semana, mandábamos el trabajo realizado al otro autor para su
corrección y visto bueno.
En el
caso de lo desarrollado con Sucasas el proceso es más sencillo porque vivimos
en la misma ciudad. Normalmente, el proceso de pensar se sustituye por hablar:
largas charlas en las que se trata de personajes, situaciones, tramas y giros.
Tras esto, igual que si en solitario se tratase, comenzamos a hacer
anotaciones, borradores, enviarnos emails y poner en común el desarrollo de la
trama. A la hora de escribir: Scrivener y ordenador contra ordenador. Las
correcciones es lo más difícil: todo debe corregirse por duplicado, varias
veces.
También
me han preguntado mucho si me “ayudo” para escribir. Hay mucha leyenda en
cuanto al escritor drogata y pasado de rosca que escribe casi en estado de
coma. No voy a negar que de vez en cuando he tomado drogas y alcohol, aunque no
para escribir. Escribir ha terminado siendo una consecuencia de mis ganas de
contar historias, que no se detienen ni de borrachera. Escribí uno de mis
relatos más famosos, Malos y Cobardes (Premio Fungible 2012, próxima
reedición este año) estando tan borracho y colocado que ni recordaba de qué iba
cuando me puse a transcribirlo. No es el mejor escenario, ni la mejor manera ni
nada. Pero no negaré que lo he hecho y a veces me ha salido bien. Claro que
ahora debo haber madurado, pues soy incapaz de emborracharme y lo más fuerte
que tomo es cerveza negra. Para más información, preguntad a Stephen King.
Para
terminar, lo mío no es solamente la novela. Cuando escribo cómic, tengo que
pensar en términos espaciales y distribución de viñetas y cartelas; cuando
escribo videojuego tengo que pensar en diagrama de flujo...pero el primer paso
siempre queda igual: la creación, para mí, se basa en pensar. Paso largas horas
pensando, componiendo en mi cabeza películas que acaban convirtiéndose en
novelas.
No sé
si esto es lo que se me pedía, pero esto es lo que hay. Aconsejo a todo el que
quiera escribir leer muchísimo: pero no leer lo que te gusta. Conozco muchos
autores que solo leen a King o a sus contemporáneos y se jactan de leer más de
cincuenta libros al año. Eso no es leer. Para escribir bien tienes que leer
igual a King que a Ovidio; a Matheson y a Shakespeare; a Oscar Wilde y a
Cervantes. Los que se limitan a leer lo que les gusta, se limitan a escribir
imitando. Para saber construir personajes, necesitas los tochos de Martin o
King y los suspiros de Steinbeck; para tratar el diálogo, necesitas el teatro
de Pinter y Shakespeare; para ponerse lírico necesitas a Ovidio y Rushdie. Y
sobretodo: escribir, escribir y escribir. Escribí dos novelas completas y
cientos de relatos antes de mandar nada a una editorial. Así que otra
herramienta que no puedes dejarte en casa es esta: AUTOCRÍTICA. Señores, no
cagamos oro. Tenedlo en cuenta y practicad la humildad.
Y al
que le guste leer y simplemente sienta curiosidad por lo que nos pasa por la
cabeza a los escritores pues ya sabéis: un pollo (ahora un Gallo) nos dicta lo
que tenemos que escribir.
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