¿Cómo crear? Por Lluís Rueda.
Para muchas personas es difícil
imaginarse una existencia sin capacidad para fabular, evocar aventuras, tramas
perversas o identificarse con personajes más o menos seductores. Hay quién
cubre esa necesidad a través del consumo de libros, cine, cómic... Pero también
existe la figura del soñador que necesita crear las reglas y los universos por
los que está dispuesto a transitar: el escritor. Me entenderéis, soy muy
selectivo con mis lecturas, si adivino los acontecimientos me aburro
soberanamente. Nada peor que lo previsible. Por otro lado, nunca me han saciado
entretenimientos como los videojuegos dado que bostezo y bostezo al recorrer un
universo previamente cifrado, con reglas preestablecidas; en ese sentido, lejos
de disfrutar de un buen filme o un libro muy original, escribir me permite
sentir la libertad del niño que juega con escasos elementos (hemos de preservar
esa mentalidad) y hacer partícipe a aquel que está dispuesto a compartir ese
mundo especial. El escritor es hedonista por definición, pero también un sujeto
generoso en tanto desnuda entresijos de su personalidad a alguien desconocido.
Por lo tanto, afrontar el proceso de escritura de una obra
es hacer un ensayo en una probeta de algo que podría aspirar a ser una especie
de mundo paralelo; eso ya impone respeto, requiere de una liturgia precisa,
herramientas más o menos ortodoxas y no pocas pócimas mágicas.
Vaya por adelantado, me considero un autor que someto mi
obra a muy pocas reglas, pocas e innegociables, y me muevo con bastante soltura
en una suerte de caos íntimo. No soy un obsesivo del método, no planifico más
que lo justo y mi hoja de ruta siempre está abierta al hallazgo, a la sorpresa
y al giro inesperado. Es decir, soy un escritor que me siento lector mientras
trabajo en algo. Resulta un proceso un tanto 'desdoblado', un poco esquizoide,
cierto, pero la obsesión de estar a ambos lados de la obra me permite observar
el concepto con una distancia, una perspectiva global, que me lleva a descartar
hojas de ruta pesadísimas y perfectamente engrasadas; por otro lado, admiro esta
capacidad de orden en otros compañeros, eliminan una parte de un sufrimiento y
de un desgaste que yo asumo sin rechistar. El bondage creativo me pone, es un
hecho.
Escritor intuitivo
En cierta presentación de mi ópera prima, la novela de
ciencia ficción y suspense El Columpio Negro, expuse que, como en el caso de un
escultor, antes de acometer una obra hay que encontrar la veta de mármol
perfecta para trabajarla, es decir, una idea global de lo que se quiere, de lo
que conlleva y cierta seguridad /confianza de que la obra llegará a buen
puerto. La mayoría de proyectos se han de descartar antes de escribir una
primera frase, así es como yo lo veo. Es un trabajo mental que puede durar incluso
más que el proceso de escritura y debe estar latente hasta cuando se está
escribiendo otra obra o se trabaja en otro proyecto. Es lo que yo denomino el
olfato. El detonante puede ser cualquier cosa, una idea huérfana, una
conversación con un extraño, un viaje, un sueño, una riña... Cualquier cosa o
detalle puede esconder esa veta que estamos buscando. Hay que husmear, husmear
y husmear constantemente, las veinticuatro horas del día. El escritor, como el
cura o el asesino, siempre está conectado a su condición. La única concesión
absoluta que debemos dejar al azar, el único instante en que debemos apelar a
la inspiración es precisamente en esta fase previa de previsualización, una vez
manchada la página en blanco las musas deben dejar paso al oficio, sea más o
menos intuitivo. Sólo en la previsualización de una obra podemos admitir el
término inspiración, el resto es trabajo, persistencia, técnica, capacidad,
enormes dosis de paciencia y en mi caso, cantidades ingentes de té chai en mi
taza fetiche.
“El escritor, como el cura o
el asesino, siempre está conectado a su condición”
Bien, ya tenemos configurado ese universo en la mente...
Hemos perfilado algunos personajes, sabemos que queremos explicar, que tono le
vamos a dar, que género o géneros vamos a maltratar (sip). La cosa ya tiene
color, late y respira, previsualizamos un territorio por el que mover las
piezas y tenemos claro, clarísimo, cual va a ser nuestra cuota de protagonismo
cifrado tras la escritura y las ganas de pasarlo bien en nuestra doble
condición de escritor /lector. Entendemos nuestra cuota de protagonismo como el
estilo, nuestra destreza como demiurgos, siempre lo digo... es una esgrima de
excepción, nuestro sello.
Formación previa y aplicación (Biografías, tratamiento)
Una vez hemos previsualizado la idea global, intuido el
estilo y conformado alguno de sus personajes (siempre en un proceso mental
abonado por algunas notas) acometemos la primera fase real de escritura que,
¡vaya fastidio!, todavía no es la primera frase de la novela. El ejercicio es
el siguiente: elaborad un resumen lo mejor estructurado que podáis de la obra
que habéis ideado, un resumen de no más de dos o tres folios. Repasadlo en
varias ocasiones hasta que tenga coherencia. Podéis darlo a leer a alguien de
confianza, no hace falta que sea un ávido lector, buscad la opinión de esos
folios. Si estáis convencidos preservad ese resumen que en el mundo del guión
llamamos tratamiento. Es la médula espinal de vuestra futura novela. Si
algo no funciona en la estructura futura ya puede verse / corregirse en el
tratamiento en gran medida.
Podéis desarrollar la historia aunque no tengáis del todo
claro unas localizaciones adecuadas, pero es conveniente que esa fase ya esté
decidida en el primer paso. Las localizaciones siempre están sujetas a cambios
y ello no debe afectar al tono general que hemos convenido.
La estructura de una novela, un guión o una obra de teatro
no es algo férreo, matemático, pero debemos conocer ciertas reglas. Existen
algunos libros fáciles de conseguir en cualquier librería que nos familiarizan
con los arquetipos clásicos, el viaje del héroe, los pasos de Vogler, etc...
que pueden sernos útiles; aunque mi teoría es que si el escritor es un lector
consumado ya lleva esa información incorporada, o debería llevarla. Leer mucho
y, en especial, haber leído mucho durante la adolescencia facilita muchas
cosas: dota de recursos extras, herramientas varias, capacidad de previsualización
de una obra en sus líneas maestras, amén de vocabulario y capacidad de autocrítica.
Listo el tratamiento pasamos a otra de esas reglas que para
un servidor son irrenunciables: las biografías de cada uno de los
personajes. Sostengo una máxima, una biografía bien desarrollada de un
personaje ya de por si es una buena historia, de hecho es una intrahistoria de
la futura novela que nos ayudará a avanzar y a enriquecer las tramas de manera
sorprendente. Este es un paso importantísimo. Cabe ser generosos a la hora de
construir a nuestros personajes, ellos son el alma de la novela y necesitan ser
reales dentro y fuera de la trama. No dejéis a los personajes al azar de los
acontecimientos, deben tener personalidad para que su encaje en la trama nos
resulte convincente, para que evolucionen. Uno de los errores que cometí con
'El Columpio Negro', una primera novela que, por suerte, ha cosechado siempre
críticas generosas, es subrayar en la primera parte demasiados aspectos de la
personalidad de los protagonistas, eso que debería estar en una hoja aparte, en
las biografías. El proceso descriptivo de cada uno de los personajes restó
ritmo al inicio y lastró un tanto el arranque de la obra, un comienzo
atmosférico, thrillesco, que acaso no necesitaba exponer tantos detalles de los
personajes.
Para no cometer de nuevo ese error, recomiendo trabajar bien
las biografías y guardarlas en una carpeta aparte. No hay prisa por revelar
quién y quiénes son esos fantasmas a los que vamos a insuflar emociones. Uno de
los aspectos en los que humildemente creo he mejorado como escritor es
precisamente en ese. Mi nueva obra (pendiente de publicación), la primera parte
de la trilogía 'La Orden del Trisquel' de título 'Paradoja en Renfield Street',
ofrece un encaje más inteligente de sus personajes y una evolución siempre
conectada a las veleidades de la trama. Ese es un punto fuerte en la construcción de la obra que hemos de
trabajar con mucha inteligencia; existen paletadas de libros que se nos
atragantan por maniqueos, por excesivamente descriptivos y por hilvanar a
destiempo una idea de personaje estereotipado. Procuremos que los protagonistas
de nuestra novela evolucionen a partir de los acontecimientos, se trasformen y
se conformen a partir de los conflictos. Su biografía debe ser nuestro pequeño
secreto y debe revelarse con cuentagotas.
En clave de guionista (estructura sencilla, diálogos bien
trabajados)
Mi formación como escritor es la de guionista, un aspecto
que me ha ayudado en varias facetas profesionales: la de analista cinematográfico
y la de escritor. El guion es un modelo de escritura concisa, desnuda y que
permite que los personajes se trasformen en el eje de la trama sin necesidad de
peroratas descriptivas farragosas e interminables. Es por ello que para aspirar
a ser buenos escritores también os recomiende leer algunos guiones
cinematográficos de interés y, a poder ser, algún guion adaptado de alguna obra
conocida que previamente hemos leído. Creedme, es un ejercicio de
'desballestamiento' que nos permite ver de un modo muy singular las tripas de
una obra y entender muchos trucos y fórmulas. En la economía está el éxito, no
debéis perderlo de vista. Todo análisis alternativo o heterodoxo, como el que
nos permite el mundo del guion, puede enriquecer nuestro futuro trabajo.
Otro elemento capital de una buena novela son los diálogos,
deben ser parte del avance de la trama, herramienta para reforzar la
idiosincrasia de los personajes, nunca deben ser retóricos y artificiales.
Permiten ayudar a avanzar una novela tanto o más que una descripción o una
acción, pues el diálogo también es esas
ambas cosas: es, si cabe, el atajo más interesante que poseemos para barrer
decenas de páginas descriptivas que mal situadas pueden matar de aburrimiento.
El diálogo es la voz más directa hacia el lector, su vinculación más inmediata
con él, no debemos perderlo nunca de vista. Más que por un buen escritor, me
tengo por un buen dialoguista y es algo que sigo cuidando con esmero en tanto
trabajo y trabajo constantemente mis puntos débiles en este oficio. ¿De veras
quieren saber cuáles son? Aguarden un tanto.
Proceso de documentación (lo más divertido)
Bien, tenemos el tratamiento y las biografías, algunas
nociones de guion y ahora pasamos a detallar otra parcela, quizás la más
disfrutable. No, no es escribir... En mi caso el festín, el divertimento y la
fase que alargaría hasta el infinito es el proceso de documentación. En
algunos casos resulta un poco enfermizo, es como el coqueteo en una relación
que pospones y pospones porque albergas alguna duda respecto al futuro y sin
embargo resulta excitante. Es fácil imaginarse la novela acabada mirando fotos de sus localizaciones y
documentos relacionados, es como preparar un viaje durante meses para luego,
quizás, descartarlo, genera una suerte de nihilismo íntimo... En el fondo ya lo
has vivido. Si yo desestimase escribir la obra en esta fase, la verdad...
sabría mal, pero tendría algo de romántico, je, je, je...
¡Venga! Convenimos proseguir, vamos a por la obra. La
documentación nos asegura que no existen errores a la hora de dar credibilidad
a nuestro paisaje y a los hechos históricos que lo rodean, incluso una distopía
o fantasía debe ser coherente y estar bien trabajada durante el proceso de
documentación, de ello depende el acabado estético de nuestra novela. Por
ejemplo, El Columpio Negro es una distopía ambientada en la China del futuro,
pero ese ejercicio de política ficción me obligó a un proceso de documentación
histórico, político, económico, social y territorial más complejo de lo que
aparenta a primera vista. Que se den descartes en una novela no nos exime de preservar
que esos datos estén en el interlineado, asomen en el contexto y estén
presentes. Por otro lado, el proceso de documentación también refuerza el
calado estético de una obra, le otorga una personalidad artística. Para la
especulación sobre los gadgets del futuro en El Columpio Negro escogí un
muestrario de tintes retrofuturistas, hasta en eso se ha de ser coherente: lo
estrictamente digital no encajaba en el espíritu de la obra, quería botoneras,
lámparas victorianas que paseaban por el techo, pantallas de ordenadores
convencionales, tecnología un tanto grasienta y analógica... Leer revistas
científicas también fue una de las tareas comunes para dar credibilidad a
ciertas especulaciones de cosecha propia.
Por otro lado, en Paradoja en Renfield Street utilicé todo
mi conocimiento sobre Escocia y los escoceses, que no es poco, y viajé a
algunos puntos claves buscando un vínculo emocional y en fin... hasta para
tomar medidas de algún puente o mansión. Reconozco que hasta la fecha ha sido
el proceso de documentación más generoso y exhaustivo (vestuario, paisajes,
vegetación, tramos ferroviarios, personajes históricos un tanto desconocidos,
etc...). Esta primera parte de la trilogía La Orden del Trisquel trascurre casi
prácticamente en el área de Glasgow y las inmediaciones del río Clyde, pero la
complejidad de la obra también nos obliga a desplazarnos al desierto del
Takamaklan, Siria y Japón, país que conozco y que será la piedra angular de la
segunda parte de la trilogía que ahora estoy escribiendo. Vengo a deciros que
aprovechéis vuestros viajes y desplazamientos para enriquecer futuras obras,
que os sintáis escritores cuando estéis de vacaciones, llevad siempre encima un
libro de notas, un diario de viaje, observad a la gente, son biografías
ambulantes.
No hace falta ir siempre tan lejos, desde luego, hay
escritores que nunca han viajado fuera de su ciudad y describen África como si
hubiesen nacido en medio de un safari. Documentación también es eso, aprovechar
lo que nos ofrece el mundo a través de los documentales, los libros, las guías,
los ensayos antropológicos, etc... Una barbacoa en la casa de la suegra también
nos vale como safari u odisea surrealista, todo puede servir... Una copa de chardonnay
mezclada con gaseosa puede leerse como una gran tragedia o un vodevil
terrorífico.
Notas. El extraño caso de las cochambrosas libretas
amarillas...
Reconozco algunas manías como autor, una de las más
singulares es utilizar libretas y cuadernos de notas de color amarillo.
No sé exactamente por qué, quizá ese color me transmite vitalidad y
clarividencia. Esas libretas me acompañan siempre a todas partes,
constantemente las llevo encima, y están repletas de anotaciones. Me permiten
escribir fases de diálogos en el metro, esquematizar con dibujillos una acción
de la trama desde la terraza de un bar, anotar una mueca interesante en un
viandante, apuntar una dirección sugerente o plasmar un aforismo al vuelo. Garabateo
en ellas constantemente, sus páginas están llenas de posos, manchas, borrones,
escritura compulsiva. Ni que decir tienen que al finalizar la obra acaban
hechas un auténtico asco, son a la novela final lo que el funesto retrato
oculto al caballero Dorian Grey.
No tengo muchas más manías o extravagancias, me gusta
trabajar con ordenador portátil y preferentemente en un entorno silencioso, una
biblioteca o mi casa. Puedo escribir en cualquier parte, en un sofá, en un
escritorio convencional, pero nunca en lugares concurridos como cafés, bares,
etc... En esas ocasiones tiro de las cochambrosas libretas amarillas y del
olfato.
Estructura reglada en sus cien primeras páginas y
trabajar aquello en lo que uno flojea
¿Es imprescindible tener el final de una obra antes de
comenzar a escribirla? Seguramente no, para muchos escritores es así, aunque
luego se desdigan y busquen un cerrojo alternativo. Para mi rotundamente no,
sería un suplicio escribir sobre algo que ya sabes cómo va a concluir, al menos
hasta que no alcancemos el nudo de la novela recomiendo posponer esa decisión.
En cambio, lo que si nos viene muy bien es manejar un título para la obra nada
más comencemos a escribirla, un nombre da entidad, dimensión, instaura una
marca sobre la que trazar piruetas con confianza.
Debemos aplicar con inteligencia todo lo expuesto
anteriormente al menos en las cien primeras páginas del proyecto de una manera
obsesiva, el inicio ha de ser la parte más trabajada de la obra, la más
disciplinada. Si nos apetece crear pasajes en caída libre, de esos que llamo
'sin chichonera', que nunca sea en el primer tramo de la obra, enmendar errores
en ese punto podría ser un suplicio y haría replantearnos todo el concepto.
Podéis arriesgar pero mejor no hacerlo en los puntos más delicados de la
operación.
Sí, os lo debo, aquello en lo que peor me manejo. Puede ser
de interés. Bien, en mi caso sufro bastante con la disposición / interactuación
de los personajes en plena acción. Muchos lectores me dicen: manejas bien la
acción, pero en el fondo sé que para que
esos pasajes queden decentes he sudado lo que no está escrito. En general para
esas cuestiones 'mapeo', hago dibujos, creo algo parecido a lo que en cine
sería un story board, aunque algo más básico. Tiendo a crear laberintos,
estancias y muevo las piezas, pongo flechas aquí y allá. Venga, ya está
confesado, mi visión global de una escena coral es un desastre.
Más consejos: especial atención a los puntos de vista. Como
escritor me gusta cada vez más ser osado con su manejo, pero eso es una
impostura peligrosa. Si no lo veis claro tirad por el camino más simple. Lo que
sí que os pido es que seáis íntegros, puede que alguien etiquete vuestra obra
como anticlimática por que arriesga en ese manejo e incluso por que participáis
como autores omnipresentes, incluso como un personaje más. ¿Os apetece? Pues
adelante. Si ciertas reglas no se hicieran añicos todas las novelas serían
iguales y la literatura, sea de género o no, estaría agonizando. Por favor, no
seáis conservadores. Los críticos también se equivocan (nos equivocamos).
Vamos acabando la receta, una cuestión que no me gustaría
dejar en el tintero es más anímica que técnica, me refiero a la ansiedad que
provoca el proceso de escritura. Unos escritores lo llevan mejor y otro lo
llevan peor (ejem), en mi caso sufro bastante hasta haber escrito la mitad de
la obra, después comienzo a dejarme ir y lo cierto es que acabo disfrutando
mucho. Creo sinceramente que lo que nos provoca ansiedad es el exceso de
disciplina que nos autoimponemos combinado con la incertidumbre. Cierto, hemos
de ser constantes en la escritura, pero no importa si un día estamos dispersos
y sólo hemos conseguido un parrafillo, puede ser tan válido o tan brillante
como veinte páginas... Somos artesanos (y paracientíficos), dediquémosle cariño
y comprensión a nuestra criatura y recemos para que no se nos revele. La paciencia
es importantísima en todo el proceso.
Y para finalizar
quería hacer una reflexión acerca del proceso de reescritura. No lo
dudéis, representa el 50% de una obra y parte imprescindible de su coherencia y
éxito. En mi caso lo ideal es acometer la reescritura por fases, durante el
proceso e ir limpiando impurezas, volver atrás constantemente. No trabajo en
archivos y carpetas separadas, me gusta ver la obra de una pieza. De lo que no
se libra nadie es de dos o tres repasos generales cuando hemos llegado al punto
y final (si conviene no descartéis la ayuda de un profesional). Aspiramos a un
acabado perfecto, la editorial ya aplicará su propio criterio sobre lo que le
llega a las manos. Objetivamente, la carta de presentación debe ser
inmejorable.
Y poco más, creo que no me he dejado nada importante en el
tintero. Espero que algunos de mis trucos puedan serviros para orientaros
acerca de lo que debéis o no debéis hacer cuando os sumerjáis en ese proceso
íntimo que es la escritura. Esto no es sencillo, y no existen fórmulas mágicas.
Ahora tengo que dejaros, vuelvo a mis cochambrosas libretas amarillas. Espero
llegar de nuevo a vuestras manos en forma de libro en muy breve espacio de
tiempo. ¡Salud y ficción! Ante cualquier duda sobre este artículo estaré
encantado de charlar con vosotros aquí abajo o allí donde nos encontremos.
Me ha gustado mucho tu sinceridad, en algún punto me he visto reflejada. Pero tus consejos son muy válidos. Gracias, muchacho.
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